HANDLE WITH CARE

 La noche que vi a mi madre llegar con un montón de cajas, supe que todo cambiaría. HANDLE WITH CARE — llevaban esas palabras escritas en un rojo alarmante. Tres días y mi padre no había puesto su culo en el sofá que ya tenía su molde. No era algo nuevo. Desde antes de yo nacer, tenía una vida nocturna activa. Mami también. Se conocieron frecuentando las mismas fiestas hasta que ella se cansó de solo mirarse y lo invitó a bailar. Con todo y pies izquierdos, la complació y desde entonces, fueron inseparables. Tengo pocos recuerdos de aquellos tiempos cuando se respiraba serenamente en casa, pero sí la certeza de que en algún momento, se pudo. Pasó que crecieron las responsabilidades y mi padre buscó refugio del amenazante nuevo rol que le alejaba de su buena vida. Se sacó una membresía en el Liquor Store de la esquinita y jamás falló. Comenzó viernes y sábado, luego de jueves a domingo. Llegaba a casa en plena madrugada a joder pidiendo chavos. Una noche, casi dormimos en la calle. Dejó la puerta abierta y se fue a curarse sin importarle nadie más. A esta edad, no le culpo porque ya sé que la paternidad no es para todos. Pero fue ese detalle lo que desbordó el vaso. 

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Mi madre no es de hablar mucho, lo de ella es cuidar y dejarse para lo último. Esa noche me limité a darle un abrazo y me fui a mi cuarto. Desde allá escuché sus sollozos, bien bajitos. Se me apretó el pecho y quise ir a consolarla pero no pude. Por debajo de la puerta pude ver su luz hasta bien tarde. No sé hasta qué hora estuvo empacando la mitad de todo lo que había en su cuarto. En la mañana, el café ya estaba listo cuando desperté. Las cajas empezaban a formar una pequeña torre en la sala. «¿Dormiste bien?» me preguntó con el tono amoroso de siempre. Le dije que sí pero no pude evitar quedarme un rato mirando las cajas. «Lo siento. Me hubiese encantado que lo habláramos pero tuve que tomar esta decisión, por las dos». Sus ojos se inundaron. Le dije que la ayudaría y me abrazó tan fuerte que casi me deja sin aire.  Ese día aprendí de ella dos cosas: primero que hay que saber distinguir qué tipo de amor se está dispuesta a aceptar. Lo segundo, que hay que comprometerse con esa decisión, aunque eso signifique alejarse de la persona que amas. Esa tarde, mi padre llegó a la casa apestando a alcohol, como siempre y con los ojos hinchados de arrebato. Al entrar, entre tambaleos se tropezó con la torre de cajas. Tumbó la que guardaba sus aviones y soltó maldiciones a una casa vacía. Nos contó la vecina que lo vio montar todo en su Volvo y se fue como alma que lleva el diablo. No he vuelto a verlo desde entonces. Me han dicho que volvió a su ciudad natal, Nueva York. Otros, que está en Miami, no sé. Por mi parte, cuando pude reconocer en mí el espíritu fiestero que heredé, decidí no casarme ni tener hijos.          



— MELISSA ORSINI 

Borikén, El Caribe                                                                                                          

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